Hoy, he dejado de ser YO, para ser Lola. He dejado de tener 22 años para tener alguno más de 70.
He pasado de ser una estudiante de derecho, con miedo al futuro, a ser una señora viuda, con más nietos que canas, y más arrugas que ganas de vivir.
Hoy he dejado de ser yo, y ha merecido la pena.
Hoy he pasado el día con mi abuela. La mujer físicamente se encuentra mejor que quiere,
- nada de colesterol, ni de azúcar, ningún achaque fuera de lo normal, huesos y músculos estables, vista más que digna y una dentadura postiza bastante cara.- sin embargo, algo no le funciona demasiado bien. La cabeza.
Mi señora abuela padece de una enfermedad neurodegenerativa que se manifiesta como deterioro cognitivo y trastornos conductuales. Se caracteriza en su forma típica por una pérdida progresiva de la memoria y de otras capacidades mentales, a medida que las neuronas mueren y diferentes zonas del cerebro se atrofian. Efectivamente, estoy hablando del Alzheimer.
Se lo detectaron hace menos de un año, y se lo tratan con una dosis diaria de 6 o 7 pastillas. Lo lleva bastante bien. Lo llevamos bastante bien.
No suele tener sucesos paranoicos, -por ahora- tópicos típicos de agresividad, ni confusión, o pérdida total de memoria que dure más de media hora.
Dicho ésto, como decía, hoy pasé el día con ella. Como casi todos los Domingos desde hace bastantes años.
Y hoy dejé de ser YO, la nieta que lleva su nombre. Ésa que -aunque esté mal decirlo- es la que más le quiere, y la que más la va a echar de menos el día que falte. De eso estoy segura.
Hoy, después de comer su estupendo cocido, -todas las abuelas cocinan genial coño, - y su helado que no falte, -la cabrona es lista y super golosa y solo se come toda la comida si después le traes un helado, en verano, en invierno y en el polo norte si hiciera falta, ah! y eso no se le olvida...- si es de chocolate, mejor; nos hemos echado un rato en el sofá a intentar, dormir la siesta.
Siempre solemos hablar de lo mismo; cómo llevo los estudios, qué tal los novios -a ver si me caso ya, dice :s jajaja! - cómo están mis tíos, mis primas, y un largo etc, hasta que se duerme (o me duermo).
Pero hoy, la cosa cambió. De repente, no me preguntó cómo me iban los estudios, sino si seguía viviendo en el mismo lugar. Ya no me preguntó por los novios, sino por mi difunto marido. Hoy hablar de mis tíos no le interesaba, si no que prefería saber cómo iba el embarazo de mi tercera nuera.
Yo, que soy de las que pienso que no merece la pena llevarles la contraria a esta clase de enfermos, basándome en que crearles confusión no arreglará nada, preferí seguirle su historia y continuar con mi nueva vida. Improvisé.
-La vida me trató bastante bien, tras la muerte de mi marido pasé a vivir con uno de mis hijos en su casa alejada de la ciudad, con mis 3 nietos pequeños. Suelo salir a pasear todas la tardes con mi nuera y una vecina de nuestra edad, mientras dos de los pequeños juegan en el parque. No tengo por qué quejarme. La vida me ha dado un respiro y con mi salud no me puedo quejar. Veo poco, pues del ojo derecho aún no me han operado de las cataratas que poseo, pero el otro me va de maravilla.
Hemos recordado viejos tiempos. Somos amigas desde hace muchos años. Desde los 60, cuando por cuestión de azar, fuimos a parar a vivir al mismo lugar. Ella y sus cinco hijos y un aborto. Yo y mis cuatro hijos, dos abortos y una hija. Me ha recordado cuando le recogía la leche cuando ella no estaba -cuando pasaba el lechero casa por casa- para que no se la robasen, y luego ella a cambio siempre me daba un puñado de hortalizas de su huerto personal. Muy amable ella. Me ha confesado - sin tapujos la muy valiente jajaja- que siempre pensó que mi hija era algo... "fresca" , y yo, sin inmutarme no se lo tengo en cuenta, lo mismo hasta lo fue. jaja!, pero luego ha añadido, que se alegra de que sentase la cabeza. Yo, la verdad, también.
Luego hemos hablado de sus hijos, como es normal, yo, Lola, no me iba a quedar atrás. Y por supuesto he opinado acerca de sus nietas, -tenía que aprovechar- con la misma contundencia con la que me arreglaba la dentadura, comenté la suerte que le había tocado con las nietas pues a las mías les hacía falta algo de mano dura.
La sorpresa fue grata, más que grata diría maravillosa, cuando su respuesta, bajo mi asombro, desconcierto, temor y arrepentimiento -por el atrevimiento.- lejos de sospechar con quien en realidad estaba hablando, y bajo la total confianza de su gran amiga Lola, susurró:
- Sí, he tenido mucha suerte. Tengo cuatro nietas, un nieto y un ángel al que quiero como a mi propia vida.
Le pregunté su nombre. Adivinad la respuesta.